martes, 13 de marzo de 2012

Los efectos psicosomáticos de mi jefe en mí

¡No! ¡No puede ser! ¡Este temblor otra vez! Ahora sólo queda esperar lo peor... No se preocupe por mí, director. Ya he padecido estos trastornos antes. Qué vergüenza, por favor, justo en este momento. Mmmmmmmm. Nunca me había ocurrido aquí y delante de usted. Una infinita oscuridad rodea mis ojos y aún siento la convulsión, primer síntoma psicosomático generado por su presencia. Le advierto que si permanece aquí verá un espectáculo vergonzoso. Le pido disculpas, pero no puedo dejar de sentir estos efectos cuando está usted delante de mí... Son incontrolables... Es sólo un momento: enseguida reanudo el trabajo. Mmmmmmmm. ¡Y justo aquí, en su oficina! Si me mira tiemblo como un niño y no veo ni mis manos. ¿Y por qué me ha llamado, director? Ahora, de repente, tenerlo otra vez delante de mí me afecta de este modo inesperado. No depende de mí, es inevitable como la aparición de una llaga o una enfermedad. Desde ya me disculpo. Esta oscuridad me marea. No estoy sintiendo ninguna sensación que no haya experimentado antes. El malestar me ciega; revienta mis ojos. Ya no puedo fingir más los trastornos delante de usted. Me dijeron que me estaba buscando, director. ¿Algún inconveniente? ¡Ay! ¡Ya casi no puedo distinguir las formas! ¿Algún error en el informe del balance, director? Sepa que no he considerado las exportaciones del último trimestre. Especialmente no diferencio el negro o los colores muy oscuros en formas diminutas. Por ejemplo ahora no distingo bien la forma de su boca: no me doy cuenta si se ríe o permanece serio. Pero no se preocupe. Ya vuelvo a trabajar, director. Este trastorno dura unos minutos… Sé que no puedo pedirle que se retire, pero no se imagina, si permanece ahí, el espectáculo vergonzoso que va a presenciar. Es usted muy cordial, director. No se lo merece. Mire mis ojos, giran como planetas sobre sí mismos. Este es el siguiente trastorno psicosomático que experimento ante su presencia después del mareo. Ni me toque ni me hable. Una contorsión automática agita los músculos extrínsecos de mis ojos hasta el calambre. ¡Cómo cambia mi humor de repente! Me parece que tengo, salientes sus puntas, dos conos enfermizos en el lugar de mi córnea. Este es el síntoma previo a la explosión de mis ojos. Y usted ni se da cuenta. Un calambre espantoso crece alrededor de los músculos que rodean los párpados... Si acaricia sus ojos los va a sentir sanos y quietos, sin contorsiones, como si estuvieran cómodos sobre su cornea, tan oblicua. Los míos, en cambio, ¡ay! ¡Ya ni los siento! No distingo ni una luz. Y ahora mire esta rotación desenfrenada… Brrrrrrrrrrrr. Brrrrrrrrrrrr. Me parece que una mujer gorda ha hundido sus dedos, con la fuerza de todo su cuerpo, y con la rebeldía que le genera el recuerdo de sus sueños no realizados, en los músculos orbiculares de mis párpados finos. Y cada músculo que rodea el globo ocular sufre un calambre que no olvido. Puedo ver apenas la oscuridad de su boca. No se enoje, director. ¡Ay! ¡No me mire así! No puede culparme, no depende de mí. ¡No! No levante la voz… Ahora mis ojos giran sobre sí mismos como poseídos por una maldición de carácter sobrenatural. ¿Lo ve? No se incomode, director. Ya pasa... Ya pasa. Rotan con violencia y no puedo controlarlo. Yo enseguida volveré a trabajar, director. No se preocupe. Soy yo el que debería alterarse, y míreme; ya no opongo resistencia a estos trastornos. Sólo quiero dominar mis movimientos a pesar de estos inconvenientes. Discúlpeme. No quiero generarle problemas en la Compañía, director. Enseguida continúo con mi trabajo. Si quiere déjeme permanecer solo, de pie, un momento. Quizá eso me ayude. ¿Ve desde su lugar la rotación desenfrenada de mis ojos? No es una imagen terrorífica a pesar del dolor. El ojo gira sobre su propio eje sin parar y me impide cualquier movilidad a causa de la ceguera. Es por esto que permanezco de pie, inmóvil. ¡Ay! Mis manos abiertas. Siento los músculos de mi cara afectados. ¡Ahora sólo queda esperar la explosión! ¡Ay! ¡Ay! No duele, pero es el espanto y la tristeza de verme a mí mismo ofreciendo este espectáculo lo que me hace gritar así... Así como estoy, así, parado, delante de usted, director. Brrrrrrrrrrrr. No. No se aleje. Yo no puedo evitarlo. ¿Por qué se enfurece? No me señale así. No me acuse. Aaaaaaaah, No. No… No me diga eso. Es inevitable. No alcanza esta explosión ni el sonido que genera un petardo. ¡Revientan! ¡Director! ¡Mis ojos revientan! Psssssssss. Psssssssss. Si no me mira tanto no explotan. Aaaaaaaah… Por favor, a pesar de todo esto, yo soy un empleado responsable y cumplidor. Usted me conoce, director. Quiero que sepa que estoy terriblemente avergonzado. ¡Ay! Psssssssss. No duele o duele menos que un tirón de orejas brusco. ¿Distingue los destellos diminutos desde su lugar? Uno tras otro… No siento dolores posteriores ni temblor corporal aunque estoy estremecido. No se trata de un trastorno imaginado, dado que esta violenta rotación y su sorpresivo estallido se ven desde lejos. Usted mismo lo ve ahora, director. Mmmmmmmm. Ya no opongo resistencia a estos efectos psicosomáticos. Mire mis ojos explotar. Psssssssss. Puedo describir con tranquilidad lo que se ve, pero mi percepción interior del fenómeno es indescriptible. ¿Distingue el movimiento del humo que dejan en su lugar las chispas? Me es difícil sinceramente expresar lo que siento, director. Si la capa esclerótica blanca parece perder su centro y continúa como ve, su rotación desenfrenada, mis ojos empezarán a despedir lágrimas que apagarán la explosión. No quiero dejar de advertirle, a pesar de todos estos inconvenientes, que yo lo estimo y respeto, director. Sí. ¿Cómo podría no hacerlo? Es usted considerado y cortés, director. He padecido estas mismas perturbaciones con aquel director que hoy es presidente de la A. R. del Uruguay. ¿Lo recuerda? ¿Cómo era su nombre? Él era calificado y cordial con los empleados. Sin embargo, como ahora, yo no podía ocultar los efectos que me generaba. Era inevitable el temblor de mis manos y mi encía cuando se acercaba. Él se enfurecía y amenazaba, no como usted que se espanta y aleja. Ahora sólo resta esperar lo peor. ¡Qué vergüenza! Gracias, director, yo no dejo de agradecer… aunque no lo crea, no duele, no duele. Y ahora esta explosión de mis ojos encendidos se apaga con lágrimas que expulso sin parar. Míreme. ¿Está ahí, director? ¿Está pensando? ¿Habla? ¿En qué piensa? Hable. ¡Mire mis ojos ahora, se están apagando por el desprendimiento delicado de mis lágrimas cuantiosas! Mírelas caer como chorros. ¡Y esta agua empapa mi ropa y moja todo! ¡Ay! ¡Ay! Son sólo lágrimas que apagan la explosión. Aléjese, por favor. No quiero mojarlo. ¿No? El chorro no se detiene. ¡Aaaahaaaa! Y no lastima, a pesar de la violencia con la que el agua salpica. ¡Aaaahaaaa! Enseguida querrá usted conversar conmigo sobre los informes, director. ¡Aaaahaaaa! Ayer me quedé en el turno nocturno para terminarlos. ¿Los ha controlado? Hable... quiero saber qué esta pensando... ¿Y qué hace mientras yo experimento los efectos de su presencia en mí? Dígamelo porque estas perturbaciones psicosomáticas me impiden mirarlo. ¿Qué dice? No le entiendo, director. ¿Que no lo esperaba? Sí… Lo imagino… Sin embargo, soporto como si fuera un dolor o un delirio esta acumulación de efectos físicos. ¡No! No haga eso, director. ¿Porqué cada uno de mis órganos sufre esta alteración espantosa ante su presencia tan recta y ejemplar? ¡Qué disgusto le hago pasar, director! Perdone, mil veces perdone este angustioso, patético espectáculo. No se agite. No me mire así. En este tipo de situaciones es cuando usted debe recordar el empleado que soy. ¿Qué? ¿Si? Disculpe. Disculpe. Pero esto no es todo... los siguientes efectos son más vergonzosos, o lamentables. ¡El impacto del quinto efecto me obliga a cerrar los ojos aunque no quiero dejar de hablarle! ¡Por lo tanto a veces voy a mover los párpados y los labios al mismo tiempo, como uno que pestanea mientras habla! Mmmmmmmm. ¡Ay! ¡Mire esta corona en mi cabeza! De ella cuelga esta serie delicada de hilos dorados… Mire, son tan delicados que ni los veo… ¡Sí, aquí, aquí estoy! Soy yo... ¿Y este tul tan gigantesco que cuelga de mi cuello y se desdobla desprolijamente en el suelo? Mire la delicadeza de este tejido… ¡Este es el quinto efecto ocasionado por su presencia! No, no me mire si no quiere. Ya termino. Enseguida me recompongo y vuelvo a trabajar, director. No. No se cubra los ojos. No se avergüence por mí. Yo le ofrezco mis disculpas. Y lo entiendo, lo entiendo. ¡Aaaahaaaa! ¿Por qué ocultar lo inevitable? He intentado ser un empleado ejemplar y espero sepa usted disculpar este desliz. Créame que a pesar de estos efectos, yo lo respeto, director. Es usted humilde, aunque inspira en mí también cierto temor, y en el origen de estos efectos está el miedo a perder el trabajo. No es la primera vez que me ocurre. También sufría este tipo de trastorno delante de la ex subdirectora. Ella vivía con el presidente de la Cámara de Industrias –no estaban casados y ella ahora se llama a sí misma viuda de él. No he sabido nada de ella. ¿Usted? ¡Oh! ¡No quiero con este espectáculo incomodarlo! Mire… ¿Distingue desde su lugar las gotas de sudor en mi rostro y mis manos…? Esto prueba el esfuerzo y el nerviosismo que implica experimentar estos últimos efectos delante de usted. Mire mi cara, está cubierta como mi cuerpo y mis piernas con un maquillaje algo blanco y algo dorado, lo que prueba mejor que nada que este vestido me hace más joven. ¡Si parece que no soy yo! ¡Ya no sé cuanto tiempo hace que empecé a presentarme tan ridículamente vestido ante su presencia! ¡No se ofenda! Mire el brillo de la corona junto con el vestido que ve. ¿Lo percibe desde allí? Es una prenda maravillosa que luce obscena sobre mi pecho repleto de vellosidades… ¡Oh! ¡Oh! ¡Si! Quizás no coincida la sensación que describo con lo que usted ve! Voy a caminar un poco por aquí… míreme… es maravilloso desde cierto punto de vista… Mire… ¡Y usted es la causa de este trastorno! También la subsecretaria de la sección de exportaciones, que es mi superior, me hace temblar así. ¿Aprecia desde allí es matiz verdoso del vestido? Me queda un poco holgado, y está como ve, desprendido en la zona en la que la prenda cubre los senos… Si se lo contara no lo creería… podría envolverme en el tul y así ofrecer un espectáculo envidiable… Las vellosidades de los brazos tampoco quedan bien con la delicadeza de este paño… Mire… Si quiere puede tocar… Mire estos detalles diminutos adheridos a esta parte del tul; y no sé si puede apreciar desde allí los dibujos bordados sobre la capita con hilos de colores. Mire como brillan… Toque… Mire… ¡No! ¿Por qué se enfurece, director? No me mire así. ¿Qué? ¡Espero no ocasionar un disgusto entre usted y yo! ¡No…! ¡No, por favor! No me amenace con eso… ¡En otra oportunidad cubriré las horas no trabajadas hoy a causa de este inconveniente! Pero sabe, ¡ay! esto no es todo, director. Su presencia me afecta de un modo inexplicable, y en el colmo de los efectos, de las perturbaciones, descubro esta inversión que ni mirar en mí puedo... Voy a mostrarle… Mire… Mire… Mire estas enormes vellosidades… la cantidad que ve, le da una idea del tamaño de los labios… ¡Qué voluminoso! ¡Nunca antes se habían inflado tanto! Pero sabe... no es tan grave... A esta altura no hay mucho por ocultar... Todavía no ha partido y ya siento la ausencia de mi prominente miembro y mis testículos rugosos entre mis piernas. En su lugar, preste atención, mire este par de labios grandiosos que se mueven como si tuvieran vida propia. Mmmmmmmm. Y mire mis senos caídos; rugoso es el extremo de su pezón, lo que prueba mi feminidad. Voy a quedar completamente desnudo para que contemple el último efecto… Mire mi vello púbico, son los vellos púbicos mas largos y más oscuros del mundo. ¿Había visto antes una cabellera tan larga y delicada? Mire su tono, no se distinguen todavía sus raíces oscuras, lo que prueba que se trata de una cabellera que acaba de ser teñida. ¿Por qué se enfurece y se despeina? Insisto en que en otra oportunidad cubriré las horas no trabajadas hoy a causa de este inconveniente, director. He concluido las estadísticas de exportación que me solicitó. ¿Las leyó, director? No he considerado las ventas al exterior ni las deposiciones de la D.G.I. ¿Por qué me señala? No me acuse. ¡No! ¡No! No me señale así. No es tan terrible este cambio de sexo después de todo el espectáculo patético que le obligué a presenciar. No me mire si no quiere. Mis dos manos así abiertas no alcanzan a cubrirla completamente… ¡No! Está enfurecido. ¿Había visto usted antes un pubis tan tupido, director? ¡No se espante! No. No se aleje, director. Sé que es evidente la artificialidad de los labios a causa de la textura y del tamaño, pero no deja de ser el más vergonzoso este último padecimiento que ocasiona su presencia… No se cubra la cara, director. No quiero avergonzarme dado que se trata de trastornos físicos inevitables, es decir, no dependen de mí... No. No se aleje. Venga. Mire. Espero que esto no lo ofenda, quiero decir, a pesar de todo esto, yo lo respeto, y sé que soy un trabajador responsable... Si quiere puede usted tocar. ¿Distingue desde allí el movimiento descontrolado de los labios? ¿Le da miedo? Mire, parecen tentáculos, se mueven por sí solos. No. Por favor, no me grite. Ni mis ojos cierro; ya no me asusta este cambio sorpresivo de mi sexo... Toque. Mire. Toque. ¿Se va? Me recuperaré enseguida y continuaré con mis obligaciones, director. Es que no puedo pararme a causa del peso de estos labios desproporcionados... de modo que deberá acercarse usted para saludarme y darme su mano… Mmmmmmmm. ¡Oh! No tiene porqué saludarme. Lo entiendo; usted me entenderá a mí. Mmmmmmmm. No se aleje. Discúlpeme director. Enseguida continúo. Quiero terminar las estadísticas de exportación que solicitó. Se han recuperado colocaciones si comparamos este trimestre de actividad con el del año anterior. He incorporado en la gráfica los efectos nefastos del cierre del Banco M. ¡Que calamidad! Espero que este espectáculo no vuelva a ocurrir delante de usted. Ya pasó. No… ¡No me haga eso ahí! Mire. Me recompongo fácilmente. Sepa que me siento muy sofocado. Adiós señor, director. ¡No! ¡No me diga eso! Mire mis ojos: ya casi puedo abrirlos otra vez. No hay por qué preocuparse. Sinceramente… lo lamento. Me recompongo. Me recompongo. Me recomp… Puedo mover mis piernas. Mire. Creo que podré mantener el equilibrio si logro apoyar mis pies acá. Voy a intentarlo… Por favor, podría… ayudarme… por favor… por… ay… sólo levantarme… no… no… no tiene por qué hacerlo… Aaaahaaaa. Sí… Otra vez la estabilidad, director. Aaaahaaaa. No, no mire si no quiere, director. Adiós. Ah… Ahora sí… Mire. Ah… Ahora puedo permanecer de pie, director. Mire. Siento mis párpados. Sí. Sí. Ya pasó. Otra vez el equilibrio, director. Sí… Adiós. Veo. Veo. Sí. ¡Ah! Sí… sí… Ya pasó. Vuelvo a trabajar, director. Mire. Vuelvo a trabajar. Mire. Puede estar tranquilo. Voy a recuperar el tiempo perdido, director. Mire.

jueves, 16 de septiembre de 2010

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El tribunal

El dato más significativo del siglo XX es la
incorporación de la mujer al mercado de trabajo.

Ligia Almitrán



I

Desde el ingreso de la nueva dirección, se había prohibido la presencia del público en la sala. La selección del personal se realizaba únicamente ante la presencia de mujeres: sólo asistían las candidatas y el Tribunal. Antes el auditorio podía participar –sólo como oyente– sentado en una zona más oscura, casi invisible desde el punto de vista de las aspirantes, detrás de la mesa larga en la que se sentaban las juezas. Pero desde que –por iniciativa de un decreto impulsado desde la Cámara de Empresarios- comenzó a exigirse que las candidatas se presentaran completamente desnudas y recién bañadas, sin accesorios ni maquillaje, se había prohibido el público y la presencia de policías o porteros dentro del recinto. Hubo además, años atrás, denuncias de incidentes que afectaban el funcionamiento reglamentario del proceso de selección: el público aplaudía u ofendía a las candidatas para afectar el veredicto a favor de una u otra. Ahora simplemente podían ingresar al perímetro de inspección las aspirantes y las integrantes del Tribunal, que, por su puesto, eran mujeres.
El Tribunal encargado de seleccionar el personal era convocado por la Dirección de la Compañía sólo cuando era necesario el ingreso de una nueva empleada. No había lista de espera o régimen de suplencias. Se escogía únicamente una postulante por sesión y el Tribunal podía decretar desierto el fallo si el perfil de las candidatas no le conformaba y efectuar un nuevo llamado. Las candidatas eran convocadas directamente por medio de un aviso en el diario o, indirectamente, por intermedio de empresas de colocaciones laborales.
El Tribunal era colegiado, integrado por la Jueza Presidenta, la Jueza Vicepresidenta, una Funcionaria, una Secretaria, y la Corregidora –o también llamada Auxiliar.
La Jueza Presidenta del Tribunal, superior en escala a las otras cuatro, era la mayor en edad: tenía sesenta y cinco años. Era un puesto de confianza asignado directamente por la Dirección. Hacía treinta y dos años que era empleada de la firma. Era la responsable de los veredictos finales, y debía, según el reglamento, presentar las candidatas a las restantes integrantes del Tribunal. Era la única autorizada a utilizar el micrófono –aunque el reglamento no se cumplía con rigor– y podía, si lo deseaba, interpelar a las aspirantes directamente.
La Jueza Vicepresidenta era nombrada también por la Dirección. Llevaba veintinueve años trabajando para la empresa. Tenía sesenta y anhelaba jubilarse el año próximo. Había compartido con la Jueza Presidenta más de treinta instancias de selección de personal, de modo que conocía el procedimiento de memoria. Su función primordial era ofrecer la información accesoria de las candidatas –datos personales, antecedentes laborales, referencias– si la Jueza Presidenta los requería; estos datos eran preparados previamente en carpetas de cartulina por la Secretaria del Tribunal.
La Corregidora era nombrada directamente por la Presidenta. Era la encargada de estudiar los datos e historias laborales de las participantes. Debía tener una antigüedad de veinte años en un puesto de alta jerarquía en la Compañía. Conocía el Reglamento de Selección vigente y los procedimientos de selección de personal porque había asistido como público cuando todavía no estaba prohibido. Al igual que las restantes integrantes, había recibido la instrucción
reglamentaria que el Departamento de Selección de Personal exigía.
A la Corregidora le correspondía convocar a la Secretaria del Tribunal. Su función era controlar validaciones, clasificar los datos, registrar las firmas de las juezas y velar por el correcto funcionamiento de la sesión. Para ocupar su cargo, debía, por supuesto, ser empleada de la Compañía.
La Funcionaria –era la más joven– tenía cuarenta y cinco años. Veintidós, hacía que estaba en la empresa. Era nombrada directamente por la Presidenta del Tribunal. Esta era la segunda oportunidad que se le ofrecía para integrarlo. Su primera posibilidad le había sido cedida el año anterior, en una sesión ejemplar que tuvo lugar el día previo a un feriado no laborable: el Día de la Independencia.

II

Aquella noche, la Jueza Vicepresidenta sujetaba con su mano derecha el Estatuto de Funcionamiento del Proceso de Selección de la Compañía. Con la izquierda –ambas tapadas por un largo saco– sostenía el micrófono plateado conectado a un viejo amplificador –la mesa de metal cubierta por un mantel de tela blanco. El salón era oscuro. Sólo para la sesión de selección de personal, se instalaban en el costado derecho, tres astas con sus respectivos pabellones descuidados, de paño brillante. Junto a ellos había una mariquita seca y una espada de San Jorge en dos macetas envueltas en papel de regalo. Cuando no se fallaba, el espacio funcionaba como auditorio –allí habían orado figuras de la talla de D. G. Pintos y J. P. Areco. A cinco metros de la mesa del Tribunal, las diecisiete candidatas de pie, formando una hilera, esperaban el inicio de la sesión.
Estaba prohibido encender luces; sólo permanecían conectados los cuatro focos blancos dirigidos hacia las aspirantes. Esa noche, sin embargo, la Presidenta observó que la oscuridad en la sala era mayor que la habitual.
—No se distinguen los colores de los cabellos – dijo.
Encendió el micrófono y miró su reloj pulsera. Eran las nueve y diez de la noche; la sesión debía haber comenzado a las ocho y media –el Tribunal se había retrasado por otros asuntos relacionados a la Compañía.
De acuerdo a lo que indicaba el Estatuto, La Vicepresidenta tenía que sentarse junto a la Presidenta del Tribunal, porque debía obligatoriamente redactar las observaciones correspondientes de cada caso. Tomó el micrófono, encendió el amplificador y dio finalmente inicio a la sesión –tenía el pelo corto y su cuerpo tenía la forma del tronco de un Timbó u oreja de negro.
—Buenas Noches. En nombre de la Compañía, y como Vicepresidenta de este Tribunal, les doy la bienvenida. Quiero recordarles que deben permanecer de pie durante toda esta instancia y completamente desnudas. No pueden llevar el pelo suelto ni tampoco cubrirse el cuerpo tomándose las manos por delante.
—Por favor, colóquense una junta a la otra, delante de nosotras. Vamos a comenzar –anunció solemnemente la Funcionaria.
Las mujeres de pie, frente a la mesa del Tribunal se alinearon con lentitud. La Corregidora, sentada en el extremo, solicitó el micrófono, haciendo gestos apresurados con las manos:
—El cabello no puede taparles el cuerpo – les indicó.
La piel de las candidatas iluminada por los cuatro reflectores se volvía más pálida y el brillo desdibujaba las delicadas diferencias de color entre los cuerpos.
—Buenas noches, Teresa. Felicitaciones. Es tu segundo intento –advirtió la Secretaria elevando la voz para ser oída en aquel recinto oscuro, cuando reconoció desde la mesa del Tribunal la identidad de una postulante.
La candidata no respondió. Apenas la miró un segundo al escuchar su nombre. Sin embargo, algunas mujeres, de pie, hablaban entre sí, con la voz muy baja. Otras se arreglaban los cabellos largos, húmedos. Estaban descalzas.
—Por favor, ordénense, –mandó la Presidenta– y hagan silencio. No pueden hablar. Vamos a pedirles, primero, que den una vuelta sobre sí mismas.
El silencio se instaló en la sala, repentino. Sólo se escuchaban las manos de las Juezas en movimiento sobre la mesa rectangular. Las diecisiete mujeres obedecieron y dieron una vuelta sobre sí mismas al mismo tiempo. Se escuchó la tos ronca de una candidata. Olía a lavandina y amoníaco.
—¡Qué largo tienes el pelo, Leonor! A ver, date vuelta, por favor –la Jueza Presidenta se alarmó con saliva en los labios mirando a la joven aspirante. Su saco negro le cubría el cuello.
La mujer obedeció de inmediato, lentamente, avergonzada.
—Saben que Leonor no está desempleada. No. Ella trabaja en una empresa de logística, pero quiere cambiar de empleo. Vive con su madre y su hermana. Trabaja allí hace cuatro años. Leonor tiene novio. Yo no lo conozco. Su padre vive en… –confirmó el dato leyendo en el interior de una de las oscuras carpetas– Lagomar.
La Corregidora solicitó el micrófono que le fue entregado por la Vicepresidenta.
—¿A alguien más el largo del cabello le pasa la cintura? – preguntó.
—Bárbara. Miren el pelo de Bárbara, llega hasta las caderas –observó la Jueza Presidenta.
—A ver tu pelo Bárbara.
La mujer tomó el cabello entre sus manos y lo presentó sobre su hombro ante los ojos del Tribunal. Bárbara permanecía seria y su cuerpo evidenciaba pavor. El cabello le llegaba hasta la parte superior de las caderas. El Tribunal contempló en silencio a la aspirante.
—¿Cuánto mide?
—Un metro cincuenta y uno.
La Vicepresidenta solicitó el micrófono con las dos manos para intervenir:
—Bárbara trabaja en un frigorífico. Es un trabajo sacrificado, según me ha contado. Por eso quiere cambiar de empleo.
La Secretaria se dirigía ahora directamente a las otras integrantes del Tribunal sin utilizar el aparato reproductor:
—Hace dos años se presentó aquí su hermana. ¡Igualita a ella! Y preciosa como ella. Bárbara tiene veinte años. ¡Una vida por delante!
La Corregidora no demoró en intervenir:
—A ver tu cadera querida.
Bárbara ruborizada, dio una vuelta sobre sí misma, y de inmediato, la Presidenta intervino manifestando conformidad.
—Muy bien, muy bien. Gracias Bárbara. Vuelve a tu sitio, querida.

III

—Quiero ahora ver quién de ustedes tiene las tetas más caídas –sugirió la Funcionaria.
La Jueza Presidenta se entusiasmó:
—A ver…
Las mujeres se miraban entre sí, como personas desconocidas encerradas de repente. Finalmente, luego de un momento de silenciosa inspección, la Secretaria solicitó:
—A ver Miriam. Adelántate por favor. También Silvia, a ver.
Las mujeres nombradas quedaron un paso delante de las otras, estáticas. Observó la Corregidora hablando por el micrófono:
—Miren los pezones de Miriam, tiemblan como las mamas de una vaquillona que acaba de parir.
La Secretaria habló riéndose sobre el micrófono al que salivaba copiosamente:
—El pezón ocupa casi el setenta por ciento del seno.
—La piel es más blanca debajo.
—Yo no me animo a tocarlos.
Solicitó el micrófono la Secretaria y habló a través del amplificador.
—Miren las tetas caídas de Silvia. La punta casi le toca el ombligo.
—A ver Silvia, sacúdalas, por favor.
Las mujeres desnudas se mantenían silenciosas. Silvia en el centro, delante de la mesa, permanecía de pie, inmóvil, presa de una vergüenza que la paralizaba.
—Zarandéelas, Silvia. ¡Vamos! –ordenó insistente la Juez Presidenta con el rostro distendido, sonriente. Mantenía los brazos apoyados sobre la mesa. Tenía anillos plateados en los dedos y el micrófono rozaba su boca avejentada. Silvia comenzó a mover los pezones diminutos.
—¡Con más frenesí! –solicito impaciente la Corregidora.
Pidió el micrófono la Funcionaria, y rezongó desconforme -tenía los labios gruesos, como la boca hedionda de una roncadera:
—Sí. ¡Con más gracia por favor!
Silvia permanecía de pie, estática; miraba a la Presidenta. Con el cuerpo tenso, comenzó a mover con más notoriedad los hombros y el pecho, delante del Tribunal.
—Levánteselos por favor, Silvia, sin vergüenza.
La Secretaria miraba con atención los senos de la candidata como un médico que inspecciona una infección desconocida. Jovial, la Corregidora observó con voz grave:
—Miren la pobre Alicia. A diferencia de Silvia, Alicia apenas tiene senos.
—Dos pimpollos de adolescente. ¡Qué dulzura!
—¡Pobre! –dijo la Funcionaria; reía mostrando los dientes– ¡Yo tenía esos pezones cuando tenía trece! ¡Qué santa!
Las voces de las juezas hacían eco en el fondo del recinto. Llevándose el micrófono a la boca la Secretaria advirtió:
—Tenés el pezón arrugado y herido, querida.
El Tribunal permaneció silencioso. Sentadas delante de la mujer de pie, observaron su cuerpo. La Funcionaria intervino molesta, grave de repente, señalando a la joven.
—Suelta las manitos, querida. No te cubras el pubis.
La Jueza Vicepresidenta habló por el micrófono; reproducida a través del viejo amplificador, su voz se escuchó afectada:
—Miren los senos de Julia. A diferencia de los de Alicia, estos son enormes y feroces.
—A ver Julia, levántatelos.
Julia obedeció; la Corregidora, desde el extremo de la mesa, pidió el micrófono con la mano derecha
–sacudía los codos como alas de Carbonero.
—Son tan anchos y blandos que podríamos apoyarlos en una bandeja para servir.
La Vicepresidenta reía ahora sin disimulo: su cuerpo se movía convulsionado a causa de la risa. Con la mano derecha, juntando los dedos, se cubría la boca, redonda y oscura. Sus ojos se cerraban hasta desaparecer entre la piel vieja del párpado. Las otras integrantes del Tribunal hablaban al mismo tiempo: inspeccionaban atentas a las aspirantes buscando formular una observación. Las mujeres expuestas, de pie, delante del Tribunal, permanecían alertas a las solicitudes, sin sonreír.
—¡Tiemblan que dan terror! –exclamó la Secretaria mientras reía sin cubrirse la boca– Son muy grandes. No. No. No tendrá suerte.
Se interrumpían para intervenir, sin levantarse de sus asientos.
—Muy bien, muy bien –sonreía la Corregidora con conformidad como un comensal que se ha reído mucho durante un almuerzo y tiene satisfecho el ánimo y el estómago.

IV

La Presidenta tomó notas en una carpeta y subrayó observaciones. Habló fuerte superponiendo su voz, grave y clara. Al interpelar, mantuvo los codos inmóviles, pegados junto a su cuerpo –sus labios en movimiento escupieron el micrófono.
—¿A ver quién tiene los pendejos más largos?
Animadas por la pregunta, las otras contemplaron entre risas y murmullos una a una el vello púbico de
las aspirantes.
—Silvina –indicó la Jueza Vicepresidenta, sin moverse.
Enseguida la Corregidora solicitó:
—A ver Silvina, un paso adelante para que podamos verte, por favor.
—Pesa 59 kilos.
—Miren su entrepierna, no está depilada.
—También Noemí es quien tiene más.
—Son los pendejos más largos que he visto.
—No, Silvina es sin duda la más tupida. ¡Parece que tuviera un puercoespín en la conchita!
La Funcionaria se rió y las demás la acompañaron. Al instante la Presidenta agregó:
—Los pelos de la vagina te llegan casi hasta el ombligo Silvina. Estás desarrollada.
—También Noemí tiene oscurito ahí abajo.
—Y miren los pendejos delicados de Josefina…
—A ver Josefina, un paso adelante por favor –ordenó la Secretaria.
El Tribunal permaneció un momento silencioso. Contemplaron el cuerpo joven y pálido de la aspirante, iluminado vivamente por los cuatro reflectores. Luego la Corregidora intervino, mirando a sus colegas con los codos apoyados sobre el mantel:
—Al contrario de la campeona Silvina o Noemí, la pobre Josefina apenas tiene vellosidades.
—Parece el pubis de una japonesita –observó la Presidenta hablando al micrófono.
—¡Qué ternura!
—Miren su rostro avergonzado. ¡Mira hacia delante Josefina! ¡La cabeza erguida! Sin vergüenza. Nadie te obliga a estar aquí.
—La cintura de Silvina es fina en comparación con el grosor de las caderas y los muslos.
—Tenés que depilarte la entrepierna, querida.
—Tiene el cuerpo de un avestruz. La mayor complexión se halla en torno a las caderas, las piernas son
escuálidas y sus brazos cortos.
—¡Y las plumas negras del avestruz los pendejos! El tribunal reía: sus bocas redondas, húmedas, se movían prontas a pronunciar otra acotación que hiciera estallar en carcajadas a sus colegas. La risa generalizada fue interrumpida por el dictamen tajante de la Presidenta.
—Por favor, dense vuelta. Vamos a ver las caderas.
Las mujeres de pie giraron sobre sí mismas, paulatinamente y las juezas permanecieron silenciosas examinando a las aspirantes. Fue la Corregidora quien formuló la primera observación:
—Leonor tiene culo de pingüino, caído y chato.
—A ver, Ana, por favor…
—O Irma…
—A ver, Irma…
—Sí, Irma tiene el culo flácido. Es una de las más viejas, tiene 30 años. Es muy delgada y me parece ciertamente hermosa desde aquí. En tu adolescencia debes haber sido atractiva, Irma –dijo la Vicepresidenta hablando por el micrófono.
Las candidatas permanecían silenciosas, de espaldas al jurado; las manos hacia los costados, como las aletas caídas de un cazón.

V

A las 10.50 de la noche la sesión llegaba a su fin. El Tribunal no formulaba comentarios y sólo la Vicepresidenta solicitaba datos o interrogaba a las aspirantes que permanecían de pie delante del Tribunal. Intervino entonces la Presidenta para dar por finalizada la sesión:
—Cerramos así otra instancia de selección de personal y esperamos contar con ustedes en nuevas convocatorias.
La Secretaria se llevó el micrófono a la boca e informó:
—El Tribunal deliberará y la candidata elegida será notificada cuando se declare el fallo.
—Confiamos en que el Tribunal seleccionará a la aspirante más apta para el puesto vacante. Sin duda.
—Gracias por participar.
Ejecutaron un aplauso sigiloso después de ponerse de pie, sonrientes, y las candidatas se retiraron de la zona iluminada para cubrirse. La Presidenta tomó entre sus manos el amplificador y se retiró de la sala. Estaba satisfecha: nuevamente había presidido una sesión ejemplar.

viernes, 7 de mayo de 2010

domingo, 29 de noviembre de 2009