miércoles, 15 de septiembre de 2010

El tribunal

El dato más significativo del siglo XX es la
incorporación de la mujer al mercado de trabajo.

Ligia Almitrán



I

Desde el ingreso de la nueva dirección, se había prohibido la presencia del público en la sala. La selección del personal se realizaba únicamente ante la presencia de mujeres: sólo asistían las candidatas y el Tribunal. Antes el auditorio podía participar –sólo como oyente– sentado en una zona más oscura, casi invisible desde el punto de vista de las aspirantes, detrás de la mesa larga en la que se sentaban las juezas. Pero desde que –por iniciativa de un decreto impulsado desde la Cámara de Empresarios- comenzó a exigirse que las candidatas se presentaran completamente desnudas y recién bañadas, sin accesorios ni maquillaje, se había prohibido el público y la presencia de policías o porteros dentro del recinto. Hubo además, años atrás, denuncias de incidentes que afectaban el funcionamiento reglamentario del proceso de selección: el público aplaudía u ofendía a las candidatas para afectar el veredicto a favor de una u otra. Ahora simplemente podían ingresar al perímetro de inspección las aspirantes y las integrantes del Tribunal, que, por su puesto, eran mujeres.
El Tribunal encargado de seleccionar el personal era convocado por la Dirección de la Compañía sólo cuando era necesario el ingreso de una nueva empleada. No había lista de espera o régimen de suplencias. Se escogía únicamente una postulante por sesión y el Tribunal podía decretar desierto el fallo si el perfil de las candidatas no le conformaba y efectuar un nuevo llamado. Las candidatas eran convocadas directamente por medio de un aviso en el diario o, indirectamente, por intermedio de empresas de colocaciones laborales.
El Tribunal era colegiado, integrado por la Jueza Presidenta, la Jueza Vicepresidenta, una Funcionaria, una Secretaria, y la Corregidora –o también llamada Auxiliar.
La Jueza Presidenta del Tribunal, superior en escala a las otras cuatro, era la mayor en edad: tenía sesenta y cinco años. Era un puesto de confianza asignado directamente por la Dirección. Hacía treinta y dos años que era empleada de la firma. Era la responsable de los veredictos finales, y debía, según el reglamento, presentar las candidatas a las restantes integrantes del Tribunal. Era la única autorizada a utilizar el micrófono –aunque el reglamento no se cumplía con rigor– y podía, si lo deseaba, interpelar a las aspirantes directamente.
La Jueza Vicepresidenta era nombrada también por la Dirección. Llevaba veintinueve años trabajando para la empresa. Tenía sesenta y anhelaba jubilarse el año próximo. Había compartido con la Jueza Presidenta más de treinta instancias de selección de personal, de modo que conocía el procedimiento de memoria. Su función primordial era ofrecer la información accesoria de las candidatas –datos personales, antecedentes laborales, referencias– si la Jueza Presidenta los requería; estos datos eran preparados previamente en carpetas de cartulina por la Secretaria del Tribunal.
La Corregidora era nombrada directamente por la Presidenta. Era la encargada de estudiar los datos e historias laborales de las participantes. Debía tener una antigüedad de veinte años en un puesto de alta jerarquía en la Compañía. Conocía el Reglamento de Selección vigente y los procedimientos de selección de personal porque había asistido como público cuando todavía no estaba prohibido. Al igual que las restantes integrantes, había recibido la instrucción
reglamentaria que el Departamento de Selección de Personal exigía.
A la Corregidora le correspondía convocar a la Secretaria del Tribunal. Su función era controlar validaciones, clasificar los datos, registrar las firmas de las juezas y velar por el correcto funcionamiento de la sesión. Para ocupar su cargo, debía, por supuesto, ser empleada de la Compañía.
La Funcionaria –era la más joven– tenía cuarenta y cinco años. Veintidós, hacía que estaba en la empresa. Era nombrada directamente por la Presidenta del Tribunal. Esta era la segunda oportunidad que se le ofrecía para integrarlo. Su primera posibilidad le había sido cedida el año anterior, en una sesión ejemplar que tuvo lugar el día previo a un feriado no laborable: el Día de la Independencia.

II

Aquella noche, la Jueza Vicepresidenta sujetaba con su mano derecha el Estatuto de Funcionamiento del Proceso de Selección de la Compañía. Con la izquierda –ambas tapadas por un largo saco– sostenía el micrófono plateado conectado a un viejo amplificador –la mesa de metal cubierta por un mantel de tela blanco. El salón era oscuro. Sólo para la sesión de selección de personal, se instalaban en el costado derecho, tres astas con sus respectivos pabellones descuidados, de paño brillante. Junto a ellos había una mariquita seca y una espada de San Jorge en dos macetas envueltas en papel de regalo. Cuando no se fallaba, el espacio funcionaba como auditorio –allí habían orado figuras de la talla de D. G. Pintos y J. P. Areco. A cinco metros de la mesa del Tribunal, las diecisiete candidatas de pie, formando una hilera, esperaban el inicio de la sesión.
Estaba prohibido encender luces; sólo permanecían conectados los cuatro focos blancos dirigidos hacia las aspirantes. Esa noche, sin embargo, la Presidenta observó que la oscuridad en la sala era mayor que la habitual.
—No se distinguen los colores de los cabellos – dijo.
Encendió el micrófono y miró su reloj pulsera. Eran las nueve y diez de la noche; la sesión debía haber comenzado a las ocho y media –el Tribunal se había retrasado por otros asuntos relacionados a la Compañía.
De acuerdo a lo que indicaba el Estatuto, La Vicepresidenta tenía que sentarse junto a la Presidenta del Tribunal, porque debía obligatoriamente redactar las observaciones correspondientes de cada caso. Tomó el micrófono, encendió el amplificador y dio finalmente inicio a la sesión –tenía el pelo corto y su cuerpo tenía la forma del tronco de un Timbó u oreja de negro.
—Buenas Noches. En nombre de la Compañía, y como Vicepresidenta de este Tribunal, les doy la bienvenida. Quiero recordarles que deben permanecer de pie durante toda esta instancia y completamente desnudas. No pueden llevar el pelo suelto ni tampoco cubrirse el cuerpo tomándose las manos por delante.
—Por favor, colóquense una junta a la otra, delante de nosotras. Vamos a comenzar –anunció solemnemente la Funcionaria.
Las mujeres de pie, frente a la mesa del Tribunal se alinearon con lentitud. La Corregidora, sentada en el extremo, solicitó el micrófono, haciendo gestos apresurados con las manos:
—El cabello no puede taparles el cuerpo – les indicó.
La piel de las candidatas iluminada por los cuatro reflectores se volvía más pálida y el brillo desdibujaba las delicadas diferencias de color entre los cuerpos.
—Buenas noches, Teresa. Felicitaciones. Es tu segundo intento –advirtió la Secretaria elevando la voz para ser oída en aquel recinto oscuro, cuando reconoció desde la mesa del Tribunal la identidad de una postulante.
La candidata no respondió. Apenas la miró un segundo al escuchar su nombre. Sin embargo, algunas mujeres, de pie, hablaban entre sí, con la voz muy baja. Otras se arreglaban los cabellos largos, húmedos. Estaban descalzas.
—Por favor, ordénense, –mandó la Presidenta– y hagan silencio. No pueden hablar. Vamos a pedirles, primero, que den una vuelta sobre sí mismas.
El silencio se instaló en la sala, repentino. Sólo se escuchaban las manos de las Juezas en movimiento sobre la mesa rectangular. Las diecisiete mujeres obedecieron y dieron una vuelta sobre sí mismas al mismo tiempo. Se escuchó la tos ronca de una candidata. Olía a lavandina y amoníaco.
—¡Qué largo tienes el pelo, Leonor! A ver, date vuelta, por favor –la Jueza Presidenta se alarmó con saliva en los labios mirando a la joven aspirante. Su saco negro le cubría el cuello.
La mujer obedeció de inmediato, lentamente, avergonzada.
—Saben que Leonor no está desempleada. No. Ella trabaja en una empresa de logística, pero quiere cambiar de empleo. Vive con su madre y su hermana. Trabaja allí hace cuatro años. Leonor tiene novio. Yo no lo conozco. Su padre vive en… –confirmó el dato leyendo en el interior de una de las oscuras carpetas– Lagomar.
La Corregidora solicitó el micrófono que le fue entregado por la Vicepresidenta.
—¿A alguien más el largo del cabello le pasa la cintura? – preguntó.
—Bárbara. Miren el pelo de Bárbara, llega hasta las caderas –observó la Jueza Presidenta.
—A ver tu pelo Bárbara.
La mujer tomó el cabello entre sus manos y lo presentó sobre su hombro ante los ojos del Tribunal. Bárbara permanecía seria y su cuerpo evidenciaba pavor. El cabello le llegaba hasta la parte superior de las caderas. El Tribunal contempló en silencio a la aspirante.
—¿Cuánto mide?
—Un metro cincuenta y uno.
La Vicepresidenta solicitó el micrófono con las dos manos para intervenir:
—Bárbara trabaja en un frigorífico. Es un trabajo sacrificado, según me ha contado. Por eso quiere cambiar de empleo.
La Secretaria se dirigía ahora directamente a las otras integrantes del Tribunal sin utilizar el aparato reproductor:
—Hace dos años se presentó aquí su hermana. ¡Igualita a ella! Y preciosa como ella. Bárbara tiene veinte años. ¡Una vida por delante!
La Corregidora no demoró en intervenir:
—A ver tu cadera querida.
Bárbara ruborizada, dio una vuelta sobre sí misma, y de inmediato, la Presidenta intervino manifestando conformidad.
—Muy bien, muy bien. Gracias Bárbara. Vuelve a tu sitio, querida.

III

—Quiero ahora ver quién de ustedes tiene las tetas más caídas –sugirió la Funcionaria.
La Jueza Presidenta se entusiasmó:
—A ver…
Las mujeres se miraban entre sí, como personas desconocidas encerradas de repente. Finalmente, luego de un momento de silenciosa inspección, la Secretaria solicitó:
—A ver Miriam. Adelántate por favor. También Silvia, a ver.
Las mujeres nombradas quedaron un paso delante de las otras, estáticas. Observó la Corregidora hablando por el micrófono:
—Miren los pezones de Miriam, tiemblan como las mamas de una vaquillona que acaba de parir.
La Secretaria habló riéndose sobre el micrófono al que salivaba copiosamente:
—El pezón ocupa casi el setenta por ciento del seno.
—La piel es más blanca debajo.
—Yo no me animo a tocarlos.
Solicitó el micrófono la Secretaria y habló a través del amplificador.
—Miren las tetas caídas de Silvia. La punta casi le toca el ombligo.
—A ver Silvia, sacúdalas, por favor.
Las mujeres desnudas se mantenían silenciosas. Silvia en el centro, delante de la mesa, permanecía de pie, inmóvil, presa de una vergüenza que la paralizaba.
—Zarandéelas, Silvia. ¡Vamos! –ordenó insistente la Juez Presidenta con el rostro distendido, sonriente. Mantenía los brazos apoyados sobre la mesa. Tenía anillos plateados en los dedos y el micrófono rozaba su boca avejentada. Silvia comenzó a mover los pezones diminutos.
—¡Con más frenesí! –solicito impaciente la Corregidora.
Pidió el micrófono la Funcionaria, y rezongó desconforme -tenía los labios gruesos, como la boca hedionda de una roncadera:
—Sí. ¡Con más gracia por favor!
Silvia permanecía de pie, estática; miraba a la Presidenta. Con el cuerpo tenso, comenzó a mover con más notoriedad los hombros y el pecho, delante del Tribunal.
—Levánteselos por favor, Silvia, sin vergüenza.
La Secretaria miraba con atención los senos de la candidata como un médico que inspecciona una infección desconocida. Jovial, la Corregidora observó con voz grave:
—Miren la pobre Alicia. A diferencia de Silvia, Alicia apenas tiene senos.
—Dos pimpollos de adolescente. ¡Qué dulzura!
—¡Pobre! –dijo la Funcionaria; reía mostrando los dientes– ¡Yo tenía esos pezones cuando tenía trece! ¡Qué santa!
Las voces de las juezas hacían eco en el fondo del recinto. Llevándose el micrófono a la boca la Secretaria advirtió:
—Tenés el pezón arrugado y herido, querida.
El Tribunal permaneció silencioso. Sentadas delante de la mujer de pie, observaron su cuerpo. La Funcionaria intervino molesta, grave de repente, señalando a la joven.
—Suelta las manitos, querida. No te cubras el pubis.
La Jueza Vicepresidenta habló por el micrófono; reproducida a través del viejo amplificador, su voz se escuchó afectada:
—Miren los senos de Julia. A diferencia de los de Alicia, estos son enormes y feroces.
—A ver Julia, levántatelos.
Julia obedeció; la Corregidora, desde el extremo de la mesa, pidió el micrófono con la mano derecha
–sacudía los codos como alas de Carbonero.
—Son tan anchos y blandos que podríamos apoyarlos en una bandeja para servir.
La Vicepresidenta reía ahora sin disimulo: su cuerpo se movía convulsionado a causa de la risa. Con la mano derecha, juntando los dedos, se cubría la boca, redonda y oscura. Sus ojos se cerraban hasta desaparecer entre la piel vieja del párpado. Las otras integrantes del Tribunal hablaban al mismo tiempo: inspeccionaban atentas a las aspirantes buscando formular una observación. Las mujeres expuestas, de pie, delante del Tribunal, permanecían alertas a las solicitudes, sin sonreír.
—¡Tiemblan que dan terror! –exclamó la Secretaria mientras reía sin cubrirse la boca– Son muy grandes. No. No. No tendrá suerte.
Se interrumpían para intervenir, sin levantarse de sus asientos.
—Muy bien, muy bien –sonreía la Corregidora con conformidad como un comensal que se ha reído mucho durante un almuerzo y tiene satisfecho el ánimo y el estómago.

IV

La Presidenta tomó notas en una carpeta y subrayó observaciones. Habló fuerte superponiendo su voz, grave y clara. Al interpelar, mantuvo los codos inmóviles, pegados junto a su cuerpo –sus labios en movimiento escupieron el micrófono.
—¿A ver quién tiene los pendejos más largos?
Animadas por la pregunta, las otras contemplaron entre risas y murmullos una a una el vello púbico de
las aspirantes.
—Silvina –indicó la Jueza Vicepresidenta, sin moverse.
Enseguida la Corregidora solicitó:
—A ver Silvina, un paso adelante para que podamos verte, por favor.
—Pesa 59 kilos.
—Miren su entrepierna, no está depilada.
—También Noemí es quien tiene más.
—Son los pendejos más largos que he visto.
—No, Silvina es sin duda la más tupida. ¡Parece que tuviera un puercoespín en la conchita!
La Funcionaria se rió y las demás la acompañaron. Al instante la Presidenta agregó:
—Los pelos de la vagina te llegan casi hasta el ombligo Silvina. Estás desarrollada.
—También Noemí tiene oscurito ahí abajo.
—Y miren los pendejos delicados de Josefina…
—A ver Josefina, un paso adelante por favor –ordenó la Secretaria.
El Tribunal permaneció un momento silencioso. Contemplaron el cuerpo joven y pálido de la aspirante, iluminado vivamente por los cuatro reflectores. Luego la Corregidora intervino, mirando a sus colegas con los codos apoyados sobre el mantel:
—Al contrario de la campeona Silvina o Noemí, la pobre Josefina apenas tiene vellosidades.
—Parece el pubis de una japonesita –observó la Presidenta hablando al micrófono.
—¡Qué ternura!
—Miren su rostro avergonzado. ¡Mira hacia delante Josefina! ¡La cabeza erguida! Sin vergüenza. Nadie te obliga a estar aquí.
—La cintura de Silvina es fina en comparación con el grosor de las caderas y los muslos.
—Tenés que depilarte la entrepierna, querida.
—Tiene el cuerpo de un avestruz. La mayor complexión se halla en torno a las caderas, las piernas son
escuálidas y sus brazos cortos.
—¡Y las plumas negras del avestruz los pendejos! El tribunal reía: sus bocas redondas, húmedas, se movían prontas a pronunciar otra acotación que hiciera estallar en carcajadas a sus colegas. La risa generalizada fue interrumpida por el dictamen tajante de la Presidenta.
—Por favor, dense vuelta. Vamos a ver las caderas.
Las mujeres de pie giraron sobre sí mismas, paulatinamente y las juezas permanecieron silenciosas examinando a las aspirantes. Fue la Corregidora quien formuló la primera observación:
—Leonor tiene culo de pingüino, caído y chato.
—A ver, Ana, por favor…
—O Irma…
—A ver, Irma…
—Sí, Irma tiene el culo flácido. Es una de las más viejas, tiene 30 años. Es muy delgada y me parece ciertamente hermosa desde aquí. En tu adolescencia debes haber sido atractiva, Irma –dijo la Vicepresidenta hablando por el micrófono.
Las candidatas permanecían silenciosas, de espaldas al jurado; las manos hacia los costados, como las aletas caídas de un cazón.

V

A las 10.50 de la noche la sesión llegaba a su fin. El Tribunal no formulaba comentarios y sólo la Vicepresidenta solicitaba datos o interrogaba a las aspirantes que permanecían de pie delante del Tribunal. Intervino entonces la Presidenta para dar por finalizada la sesión:
—Cerramos así otra instancia de selección de personal y esperamos contar con ustedes en nuevas convocatorias.
La Secretaria se llevó el micrófono a la boca e informó:
—El Tribunal deliberará y la candidata elegida será notificada cuando se declare el fallo.
—Confiamos en que el Tribunal seleccionará a la aspirante más apta para el puesto vacante. Sin duda.
—Gracias por participar.
Ejecutaron un aplauso sigiloso después de ponerse de pie, sonrientes, y las candidatas se retiraron de la zona iluminada para cubrirse. La Presidenta tomó entre sus manos el amplificador y se retiró de la sala. Estaba satisfecha: nuevamente había presidido una sesión ejemplar.

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